lunes, 18 de octubre de 2010

Crónicas marcianas (fragmento)

Crónicas marcianas (fragmento)
Ray Bradbury

" Se llamaba Benjamin Driscoll, tenia treinta y un años y quería que Marte creciera verde y alto con arboles y follaje, produciendo aire, mucho aire, que aumentaría en cada temporada.
Los arboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los arboles pararían los vientos del invierno.
Un árbol podría ser tantas cosas: color, sombra, fruta, paraíso de los niños, universo aéreo de escalas y columpios, arquitectura de alimento y placer.
Todo eso era un árbol. Pero los arboles eran, ante todo, fuente de aire puro y un suave murmullo que adormece a los hombres acostados de noche en lechos de nieve. "

martes, 31 de agosto de 2010

Cortometraje ganador festival de berlin de Jimmy Liao

"La piedra azul" de Jimmy Liao


Es un hermoso libro que nos explica la vida de una piedra que está tranquilamente en el bosque hasta que un fuego lo arrasa. En ese momento la piedra se parte por la mitad, una se queda en el bosque mientras que la otra va a la ciudad, donde las circunstancias de la vida van haciendo que esa parte de la piedra sufra muchas transformaciones.
La mitad de la piedra que se fue del bosque, cada día se va desgastando más y cada vez añora con mayor intensidad a su otra mitad. Creo que cada uno busca siempre sus orìgenes, su verdadera esencia. Y de eso se trata este cuento.

http://www.eluniversal.com.mx/cultura/48933.html

(En otra entrada les dejo un corto de este escritor, ES GENIAL!!!)

"El tùnel" de Anthony Browne


"El partido" Mario Mendez



Para seguir leyendo...

viernes, 2 de julio de 2010

CUELLO DURO Elsa Bornemann

—¡Aaay! ¡No puedo mover el cuello! -gritó de repente la jirafa Caledonia.
Y era cierto: no podía moverlo ni para un costado ni para el otro; ni hacia adelante ni hacia
atrás... Su larguísimo cuello parecía almidonado.
Caledonia se puso a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre una flor. Sobre la flor estaba
sentada una abejita.
—¡Llueve! -exclamó la abejita. Y miró hacia arriba.
Entonces vio a la jirafa.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?
—¡Buaaa! ¡No puedo mover el cuello!
—Quédate tranquila. Iré a buscar a la doctora doña vaca.
Y la abejita salió volando hacia el consultorio de la vaca.
Justo en ese momento, la vaca estaba durmiendo sobre la camilla. Al llegar a su consultorio,
la abejita se le paró en la oreja y -Bsss... Bsss... Bsss... —le contó lo que le pasaba a la
jirafa.
—-¡Por fin una que se enferma! -dijo la vaca, desperezándose-. Enseguida voy a
curarla.
Entonces se puso su delantal y su gorrito blancos y fue a la casa de la jirafa, caminando
como sonámbula sobre sus tacos altos.
—Hay que darle masajes —aseguró más tarde, cuando vio a la jirafa—. Pero yo sola
no puedo. Necesito ayuda. Su cuello es muy largo.
—Entonces bostezó: -¡Muuuuuuaaa!— y llamó al burrito.
Justo en ese momento, el burrito estaba lavándose los dientes.
Sin tragar el agua del buche debido al apuro, se subió en dos patas arriba de la vaca.
—¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
—-Nosotros dos solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, el burrito hizo gárgaras y así llamó al cordero.
Justo en ese momento, el cordero estaba mascando un chicle de pastito.
Casi ahogado por salir corriendo, se subió en dos patas arriba del burrito.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
—-Nosotros tres solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, el cordero tosió y así llamó al perro.
Justo en ese momento, el perro estaba saboreando su cuarta copa de sidra.
Bebiéndola rapidito, se subió en dos patas arriba del cordero.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
Profesora Matilde Orciuoli 12
—-Nosotros cuatro solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, al perro le dio hipo y así llamó a la gata.
Justo en ese momento, la gata estaba oliendo un perfume de pimienta.
Con la nariz llena de cosquillas, se subió en dos patas arriba del perro.
—¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
—-Nosotros cinco solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, la gata estornudó y así llamó a don Conejo.
Justo en ese momento, don conejo estaba jugando a los dados con su coneja y sus
conejitos.
Por eso se apareció con la familia entera: su esposa y los veinticuatro hijitos en fila. Y todos
ellos se treparon ligerito, saltando de la vaca al burrito, del burrito al cordero, del cordero al
perro y del perro a la gata. Después, don Conejo se acomodó en dos patas arriba de la gata.
Y sobre don conejo se acomodó su señora, y más arriba también -uno encima del otro- los
veinticuatro conejitos.
—¡Ahora sí que podemos empezar con los masajes! -gritó la vaca-. ¿Están listos
muchachos?
—-¡Sí, doctora! -contestaron los treinta animalitos al mismo tiempo.
—-¡A la una... a las dos... y a las tres!
Y todos juntos comenzaron a masajear el cuello de la jirafa Caledonia al compás de una
zamba, porque la vaca dijo que la música también era un buen remedio para curar dolores.
Y así fue como -al rato- la jirafa pudo mover su larguísimo cuello otra vez.
—-¡Gracias, amigos! -les dijo contenta-. Ya pueden bajarse todos.
Pero no, señor. Ninguno se movió de su lugar. Les gustaba mucho ser equilibristas.
Y entonces -tal como estaban, uno encima del otro- la vaca los fue llevando a cada uno a su
casa.
Claro que los primeros que tuvieron que bajarse fueron los conejitos, para que los demás no
perdieran el equilibrio...
Después se bajó la gata; más adelante el perro; luego el cordero y por último el burro.
Y la doctora vaca volvió a su consultorio, caminando muy oronda sobre sus tacos altos. Pero
ni bien llegó, se quitó los zapatos, el delantal y el gorrito blancos y se echó a dormir sobre la
camilla. ¡Estaba cansadísima!

"Un cuento de amor y amistad" Luis María Pescetti

Pablo, el que hacía caca en un establo, le dijo a Inés, la de la caca al revés, si quería jugar con él y con Rubén, que hacía caca en un tren. Inés estaba con Sofía, la que hacía caca todo el día, y le contestó que no. Pablo, el de la caca para el diablo, se enojó.

Justo pasaba por ahí, la maestra Teresa que hacía caca con frambuesa, y le dijo:


Pablo, el que hace caca cuando le hablo, no le digas así a Inés, la de la caca de pez. Mejor vete a jugar con Luis, el de la caca y el pis, o con Gustavo, el de la caca por centavo.

Pablo le contestó:

Señorita Teresa, que hace caca con destreza, lo que pasa es que ellas, las que hacen caca tan bella, nunca quieren jugar con nosotros, que hacemos caca con otros. Las invitamos y no quieren y a nuestra caca la hieren.

La maestra Teresa, que hacía caca en una mesa, miró con mucho cariño a Pablo, el que hacía caca en un vocablo, y le preguntó:

¡Ay tesoro, el que hace caca de loro! ¿No será que estás enamorado de ellas, que hacen caca con estrellas?

Justo llegaba Tomás, al que la cada das, y cuando oyó eso le dijo a la señorita, que hacia caca tan finita:

Es verdad maestra, la que la caca le cuesta, él está muy enamorado de Sofía, la de la caca en las vías…

Y Pablo, que no estaba enamorado sino muy enamoradísimo, se puso colorado de enojo y les contestó:

¡No es cierto! ¡Y tú, Tomás tomalosa, que hace la caca en Formosa, tú gustas de Inés, que hace una caca por vez!

¡Mentiroso! ¡Mira, Pablo pableta, que hace caca en bicicleta, mejor te callas!

La señorita Teresa, que tenía caca en la cabeza, los miró y les dijo:

Pablo Pablito, caca de pajarito, y Tomás Tomasito, caca de perrito, ustedes son amigos y no tienen que pelearse ni por la caca enojarse. Por ahora vayan a jugar entre ustedes, que ya va a llegar el día en que esas niñas, con la caca en trensiñas, los buscarán para jugar.

Pablo y Tomás, salieron corriendo abrazados, haciendo caca de parados, y se olvidaron de preguntar si trensiñas quiere decir algo o nada más lo inventó la señorita haciendo caca con palabritas.


sábado, 26 de junio de 2010

Augusto y su sonrisa


Augusto, el tigre, estaba triste. Había perdido su sonrisa.
Así que se estiró todo lo que pudo, y empezó a buscarla.

miércoles, 23 de junio de 2010

El árbol de lilas, por María Teresa Andruetto

UNO

Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.


Pasó un señor rico y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de trabajar y hacer dinero?

Y el hombre le contestó:
Espero.


Pasó una mujer hermosa y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de conquistarme?

Y el hombre le contestó:
Espero.



Pasó un niño y le preguntó: ¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?

Y el hombre le contestó:
Espero.

Pasó la madre y le preguntó: ¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol, en vez de ser feliz?

Y el hombre le contestó:
Espero.

DOS

Ella salió de su casa.

Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.

Miró rápidamente al hombre.

Al árbol.

Pero no se detuvo.

Había salido a buscar, y tenía prisa.

El la vio pasar,
alejarse,
volverse pequeña,
desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.

Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.

En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:

¿Sos el que busco?
Lo siento, pero no,

dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:

¿Sos el que busco?
No lo creo, me voy,

dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.

En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:

¿Sos el que busco?
Te esperaba hace tiempo, ahora no,

dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.

En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:

¿Sos el que busco?
No, no soy yo,

dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.

TRES

Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:

El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.

Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda, al de los pies de alas y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del hombre que estaba sentado a su sombra.


Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El mundo entero.
Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:

¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?

Y el hombre dijo con la voz quebrada:

Te espero.

Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua,
la acarició y ella supo que tenía las manos de seda,
la llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.